jueves, 5 de mayo de 2011

Luna Nueva, Iyar


Eze 46:1  "Así dice el Señor DIOS: 'La puerta del atrio interior que mira al oriente estará cerrada los seis días de trabajo; pero se abrirá el día de reposo; también se abrirá el día de la luna nueva. 


El mes de Iyar
El mes de Iyar es relacionado con el concepto de resplandor.  El resplandor en consecuencia emite luz. Esa luz es la que al final habita en nosotros manifestada por la sabiduría. Nosotros, es decir nuestros cuerpos, son las vasijas que contienen ese resplandor de luz. Dios es el origen de esta luminosidad. Esta es la misma que fue la luz descrita en los primeros versos del libro de Génesis. Su objetivo principal es eliminar la oscuridad y llevarla al mínimo. Nosotros llegamos a ser vasijas de esa luz y expresamos libremente ese resplandor a través de nuestro cuerpo. Al comunicarnos con los demás, estamos hablando a nivel corporal, de vasija a vasija.  Pero cuando lo hacemos no lo hacemos considerando su exterioridad, su carne, huesos, ojos, cabello, etc. Estamos comunicándonos en completa conciencia de la luz y resplandor que esa persona contiene dentro de sí. Sus principios, valores, ideas, pensamientos, sus características y cualidades, es decir su propia esencia.  Como vasijas que somos debemos intentar buscar nuestra verdadera esencia y vivir en ella al máximo. Podría categorizar la expresión de las vasijas en tres estados, caliente, la expresión máxima de luz que no admite oscuridad, tibio, una expresión no entregada al conocimiento pleno de la luz que no abandona la oscuridad, y frío una expresión completa de la oscuridad que no admite luz.


Por medio de nuestro cuerpo trasladamos  y materializamos todo nuestro contenido al exterior, dando fruto a las obras de nuestras manos. Esta acción rompe las limitaciones de nuestra vasija y pone en evidencia quienes somos. Nuestras acciones son materializadas y nuestras obras son evidenciadas para ser vista por todos. Toda obra realizada con sabiduría permanece. Toda obra realizada en oscuridad se desvanece y desaparece. Prácticamente llegamos a ser como prismas que emiten un rayo de luz y lo proyectamos al exterior para anunciar qué contenido hay dentro de nosotros. Ese es nuestro fruto. No es lo que hacemos lo que permanece, lo que permanece es el fruto.
Una medida inequívoca de quiénes somos y que proyectamos son nuestros hijos. Nuestros hijos son el manómetro que nos mide y evidencia dónde estamos. Muchos se equivocan pensando que lo que nos califica son nuestras tareas y ocupaciones. Si lo que hacemos lleva la luz divina, permanecerá.

La planta nuclear de Fukishima nos plantea el principio. La vasija de la planta nuclear es el edificio que la contiene. Su contenido, la luz, el núcleo irradiante que produce  poder, es resguardado por su estructura, cuerpo o vasija. En el caso de Fukishima, el núcleo ha sido expuesto y su vasija ha sido destruida. Ese el objetivo final, exponer el núcleo y revelar su contenido. Pero mientras la estructura funciona, la revelación de su energía es hecha de una forma consistente y ordenada.

Pensando en el nivel caliente podemos decir que siguiendo el principio de luz o núcleo contenido en nuestro cuerpo, que emite su fruto bueno, y es revelado hasta que su vasija sea destruida. Pero mientras eso suceda, su contenido puede ser apreciado en el expresado por lenguaje corporal, dando vida a obras, que realmente tienen su origen en la esencia luminosa de la que las vasijas realmente no son sino su instrumento para transmitirlas.  Hay que notar que la luminosidad no emana de su propio corazón, sino emana de una fuente exterior. En nuestro caso es la palabra de Dios expresada en sus  mandamientos y ordenanzas. Entonces, es claro que somos vasijas, nada más que persiguen un destino alimentándose de luminosidad que viene de una fuente externa a nosotros. La voluntad de Dios a través de su palabra escrita.

Esto es conocido por el principio de Poder y Forma. La luz es nuestra interioridad y la vasija transmite el resultado de la forma. El destino de esa luz es llegar a concebir luz en el mundo oscuro.  La luz  y la oscuridad que está en la vasija no deben ser encerradas  en ella sino transmitidas hacia afuera y liberarlas. Digo así porque hay que disipar la oscuridad con luz y sacarla. Todo lo que hay dentro de la vasija será revelado.

Hay quienes viven en el nivel tibio. Siguiendo la línea  anterior, es posible que haya en el interior del núcleo (“core”, en inglés)  oscuridad. Esta debe salir afuera también. En la biblia se conoce como obras de la carne. Su origen es humano y no de la luz inicial. Este se evidencia por querer controlar su propio corazón. He intenta  controlar lo que debe revelar y lo que debe esconder dentro de sí. Cuando esto sucede, se da porque la persona desea transmitir al exterior lo bueno y esconder lo malo para no opacarse ante los demás y perder la influencia que ejerce sobre ellos. Esto produce un esfuerzo que contamina el corazón con oscuridad y “lo reviste con luz” en un intento disfrazado para engañar al mundo exterior. No es posible que dentro de la vasija cohabite la luz y la oscuridad al mismo tiempo. Esa dualidad no funciona. Lo que sucede es que  hay un corazón divido que trata de manejar dos conceptos. Una persona que logra esto, ha desarrollado  una justificación para poder incurrir y construir una coraza que contamina su núcleo. Lo grave de esto, es que también desarrolla la falta de arrepentimiento, lo cual es una actividad necesaria para expulsar la oscuridad para hacer espacio a que entre la luz.

Esto reduce la espiritualidad de una persona a niveles bajos y produce cosas que no trascienden  ni edifican su entorno.  La vasija desarrolla auto justificación al punto de engañarse a sí mismo por el esfuerzo equivoco de alcanzar luz. Por el contrario, destruyen su entorno, lo tuerce, y destruye su interioridad. Lo malo es que dentro de su mismo corazón desarrolla una coraza que impide que la luz original permee, ilumine y produzca cambios internos. Por lo contrario, controla, se auto justifica y contamina el entorno. Perpetuando en él y en las personas alrededor él error y la oscuridad.
Somos vasijas destinadas a resguardar la luz pero en algunas ocasiones hay quienes deciden permanecer en oscuridad. Ignorar la luz lleva a una completa oscuridad. El que decide seguir este camino es alguien decidido a ir por él. Pone toda su confianza en sí mismo. Este es alguien definido y sabe lo que quiere. Quiere seguir y diseñar su propio destino. Sin embargo, su fruto será dolor, miseria, angustia, frustración, depresión, etc. Este es el frío de nuestra analogía. 

Entonces la luz o la oscuridad es nuestro contenido más profundo, la vasija el recipiente que lo contiene. La interacción entre ambas revela quienes somos produciendo fruto duradero para que el mundo lo conozca y nos conozca. Esta luz esta ocultada en el corazón y debemos revelarla. La batalla entre la luz y la oscuridad es la decisión última de la vasija. Es lo que conocemos como la batalla entre la inclinación a hacer el bien e inclinación a hacer el mal. De aquí surge el libre albedrío.
Hay un resplandor de luz que es depositado en nuestro corazón  que nos motiva a  cambiar.  Cambiar y redención no es lo mismo. El cambiar radica en nuestra voluntad y su luz nos ayuda a lograrlo. La redención es una dádiva que me introduce a entra y ganar esa batalla.

Que la luz de Dios resplandezca en nuestros corazones y nos lleve a disfrutar su redención provista en Nisán, y luego a vencer la batalla en nuestro corazón con ayuda de su luz provista en Iyar.


Iyar es una puerta abierta que Dios abre para que nosotros dispongamos aprovecharla y disfrutar sus beneficios.

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